domingo, 20 de septiembre de 2009

INFILTRADO EN LAS FILAS

Son las tres de la tarde, me encuentro en un auditorio supremamente lleno. Definitivamente, un lugar nada recomendable para un agorafóbico. En cuestión de segundos pululan de la multitud que copa aquel sitio, un sinfín de emociones extrañas e impertinentes. Hombres, machos cabríos, orgullosos y prepotentes. Mujeres, colapsadas en sus propias voces, reclaman al “papito”, al “tierno”, al “divino”. En fin, la excitación se apodera de todo ser vivo, hasta que de ella sólo se decanta una inmensa impaciencia en gotas de sudor.

La audiencia naufraga en la pasión colectiva. Y yo, junto a unos incontables otros, nos sentimos infiltrados en las filas.

Es posible que a la anterior situación se le pueda relacionar con la aparición de una estrella de rock. Pero no, no es así. Esto es Colombia, y aquí la euforia exhalada por los jóvenes, los adultos, los ancianos, las mujeres, y por todos, absolutamente todos quienes están hartos de las “FAR” (como se dice vulgarmente); se le atribuye a él, a nuestro presidente.

Sonara fatal y extremista, pero ver todo el furor que implica la llegada de Uribe a un auditorio, en realidad me atemoriza. Ya no me siento en una simple conferencia, ya no me siento rodeado de simples personas. Ahora estoy inmerso en una masa enardecida y llena de rencor. Estoy, sin haberlo querido, observando las entrañas de un ejército popular que lleva como estandarte una de las más recias demagogias.

Pero antes de siquiera el presidente pisar el auditorio, se presenta en una inmensa pantalla del lugar un video bastante pintoresco. En él se observa al presidente realizando actividades típicas de un colombiano pujante y latifundista: Uribe montando caballo, luego Uribe mirándole la jeta al mismo animal; Uribe hablando con un cualquiera a través de su celular, Uribe… y Uribe… y Uribe el colombiano promedio, Uribe el de la gloriosa imagen que representa al pueblo.

A los ojos de cualquiera el video es risible, aunque sólo me bastó contemplar mí alrededor para saber que con una de las más puras noblezas, los espectadores de la conferencia se identificaban animosamente con su mandatario y todas las payasadas que hacía. Entonces ahí, por fin, es cuando observo como el ímpetu de la patriotería hizo de aquél pequeño video clip, una marcha wagneriana únicamente gustosa de un pueblo al que hace más de medio siglo se le manipulo su democracia.

Sin embargo, la multitud ebria en la ansiedad e ignorante de la historia, espera en un éxtasis supremo al dueño del ubérrimo.

Son las tres y media de la tarde el presidente de la República ha llegado. Él es tal y como se ve en la televisión: no muy alto, ni muy bajo. Aún así el recinto se une en un colectivo orgasmo para darle la bienvenida. De repente, Uribe sube al escenario del inmenso salón y suena el himno nacional. No canto. No porque me sintiera profanando la melodía de Oreste Síndici, sino porque todavía sigo atemorizado y envenenado con la experiencia del video clip.

Todo el protocolo de la situación pasa según lo que he esperado: El director tal de tal proyecto dice lo lindo que la ha pasado en su gestión, el asesor tal de tal lugar comenta lo chévere que fue el haber encontrado la palanca que lo llevó a su puesto, la jovencita que vino desde Titiribí a decirle al presidente “hola” y a darle un beso, se lo da. Todo va conforme a lo esperado. Ahora sí, lo siguiente es el evento principal del encuentro: Una ronda de preguntas abiertas hechas al presidente Álvaro Uribe Vélez.

Las preguntas, que en este momento me son difíciles de recordar, tocaron diversos temas. Unas (zalameras) alababan la labor del jefe de Estado. Otras, que fueron contestadas con agresividad, tocaron tabúes fastidiosos para un auditorio que estaba al borde del clímax de un “furibismo”. De todas maneras, a toda pregunta se le aplaudió.

La pregunta dice referendo; Uribe responde: aquí no hay tiranía. La pregunta dice guerra; Uribe responde: Yo gasto en educación, aquí no hay enfrentamiento con otros países. La pregunta dice droga; Uribe dice: hay que castigar a esos bandidos. La pregunta dice constitución y debido proceso; Uribe responde con humildad: Me falto agresividad. La pregunta dice: paramilitares; Uribe responde con cifras. La pregunta dice oposición; Uribe responde irónico: qué bueno que la hay. La pregunta dice trasmilenio; Uribe responde con gracia: no se. La pregunta dice que ya no hay institucionalidad y que el ejecutivo tomó el control; Uribe malgeniado responde con gestos: demuéstremelo a ver.

Y así pasa una hora y media. Las filas de jóvenes lagartos y politiquero, ya no aguantan más desenfreno pues hay demasiado por lo que celebrar. Uribe, entre los alientos de la mayoría, es un verraco. Es un genio para no dejarse embolatar. El es único que tuvo los testículos para vencer a las FARC, y también los tuvo para crear las “CONVIVIR”. ¡Carajo, que presidente tan pujante! ¡Paisa tenía que ser!

Ya no doy más. Son las 5 en punto de la tarde. El auditorio tampoco soporta más. Las emociones se han climatizado, y ahora el “furibismo” se ha transformado en una atmosfera cálida y molesta. Tanto que el mismo presidente da por terminada la charla. Y La multitud evoca su última eyaculación de aplausos con el ánimo que ya no tiene. ¡Chao presidente Álvaro Uribe Vélez!

Finalmente, se va del todo el mandatario. Se lleva a su espalda una seguidilla de lagartos y lambones. Yo, por otro lado me quedo absorto, no digo nada. Sólo siento un inmenso malestar. A mi lado un compañero perteneciente a las filas de la U, me pregunta -¿Qué te pareció? Yo le respondo –Un culo amigo. Luego le digo –Recuerdas que no sabias lo del Estado de opinión, bueno ya no lo necesitas saber, ahora lo has vivido.

El hombre es lobo del hombre dijo Hobbes… y al colombiano se lo come el lobo disfrazado de paisa jesuita y rezandero, por bobo y por marica.
Me he infiltrado en las filas, y he salido librado de ellas. Cualquiera podrá ver mi experiencia como algo banal. Y lo es. Quizá el verdadero reto sea mantenerme firme y no adjudicar ante el inevitable ejército que ocupa al país, y lo libra de su conciencia. Hoy soporte la efusividad de una joven multitud parecida a la que distinguió al partido nazi en su manipulador auge. Pero mañana no sé si la misma multitud este ahogada en su misma sangre y su buena fe.